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En la Liturgia de la Santa Misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la Misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo". Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda realmente presente bajo los signos que expresan y comunican este amor. El P. Antonio Gómez Mir, párroco de la Iglesia de San Jordi de Barcelona, como todo buen sacerdote es un gran enamorado de Jesús Sacramentado y así se lo transmite a sus fieles promoviendo la adoración nocturna en su parroquia. También escribió un libro en donde ofrece una catequesis sencilla y completa sobre la Sagrada Eucaristía. Les ofrecemos una entrevista donde sintetiza todo lo tratado en la mencionada obra. Enamorémonos de Jesús Sacramentado y seamos de aquellos discípulos fieles que le hacen compañía durante largos ratos todos los días, cuanto más tiempo mejor. Siempre que podamos hagamos la visita al Santísimo. Él está ahí mendigando nuestro amor. La presencia real de Cristo debe transformar nuestra vida y en medio del silencio y del recogimiento cambiar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, capaz de amar a Dios y al prójimo y ser santos.