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Meditación del Papa Francisco, referente al Evangelio: Confiar en la gracia y la gran misericordia de Dios. Jesús, sé bien que la puerta es estrecha, que el camino es difícil. Veo mi vida y me entra un poco el miedo porque muchas veces prefiero mi comodidad. Muchas veces me conformo con una vida mediocre. Tantas veces me olvido de Ti. Y otras tantas no vivo el mandamiento del amor. Y sé bien que eres justo y me reconozco pecador, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo pensar al ver que cada día sigo siendo una oveja desobediente y perezosa? ¿Qué te puedo decir cuando Tú sabes bien que soy como ese hijo que se marcha de casa con la herencia y la despilfarra? Pues sí, soy así. Pero creo que Tú me puedes curar. Creo en ese Padre amoroso que me recibirá setenta veces siete aunque yo me marche. Y me doy cuenta que el camino no es no caer sino levantarse; volver a la casa siempre que se va; dejar el pecado siempre que uno cae en él. Y a veces es lo más duro y lo más difícil. Qué bueno sería no pecar nunca, pero cuando uno cae y vuelve a caer puede desanimarse, puede perder la confianza en ese Padre misericordioso. Y esto es la lucha. El nunca desanimarse, el nunca quedarse tirado en el suelo, el nunca confiar más en sus fuerzas que en la gracia de Dios. Jesús, pongo en tus manos mi pecado, mi debilidad. Aquí me tienes. Quiero seguir luchando. Pondré todo lo que esté de mi parte para entrar por la puerta angosta. No me conformaré con vivir en la mediocridad. Creo que puedo cambiar, pero no puedo solo. Dame tu gracia y tu luz para que sepa dónde caminar. Mi esperanza es llegar al cielo, y si para ello tengo que luchar mucho venga todo sobre mí. Todo me parece poco con tal de llegar a esa meta. Quiero combatir el combate, quiero correr la carrera, quiero llegar a la meta. Y ahí espero el premio y la corona. «La Iglesia no nace aislada, nace universal, una y católica, con una identidad precisa pero abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. La madre Iglesia no le cierra a nadie la puerta en la cara. A nadie, ni siquiera al más pecador, a nadie, y esto por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre sus puertas a todos porque es madre.» (Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2015).