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ENTRAR EN EL DESIERTO PARA RENACER Juan el Bautista se presenta en el desierto, y es la voz que clama en este escenario. Su vestidura de piel de camello y las langostas como alimento, indican que su vida transcurría en la austeridad del desierto, liberado de los atractivos de la ciudad, del consumismo, de la apariencia. En la Biblia, el desierto simboliza el encuentro entre Dios y el corazón humano, que reconoce la vanidad de todo y descubre que sólo en Dios encuentra un sentido para su existencia. Por eso toda la Biblia está marcada por este símbolo del desierto. El pueblo judío viajó por el desierto para alcanzar una nueva vida, los profetas pasaban un período de purificación en el desierto antes de una misión, y algunos textos de profundo lirismo nos hablan de la necesidad de entrar en el desierto para seguir a Dios con un corazón liberado: "De ti recuerdo tu cariño juvenil... cuando me seguías por el desierto" (Jer 2, 2). "La llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2, 16). Por eso mismo, Juan el Bautista, que debió abrir paso a la llegada del Mesías, también se identifica con el desierto, y la gente acudía al desierto para recibir su sabiduría. No olvidemos que el mismo Jesús pasó cuarenta días en la soledad y la austeridad del desierto antes de salir a predicar. Por eso deberíamos pensar en que cada uno de nosotros necesita del desierto, de un tiempo de liberación, de despojo interior, de soledad, para poner la propia vida bajo la luz de Dios y estar disponible sólo para él. Este tiempo de desierto libera el corazón, abre nuevos caminos, despeja la mirada, renueva la existencia. A veces es necesario entrar en el desierto para poder renacer. Víctor M. Fernández