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Jeremías comenzó a recibir la palabra de Dios en el año decimotercero del reinado de Josías (Jer 1,2). Como profeta de Dios, exigió la conversión del pueblo y profetizó la invasión babilónica de Jerusalén (Jer 1,13-16). Los habitantes de Judea habían quedado profundamente afectados por la derrota y la muerte de Josías, desconfiaban de la bondad de Yahvé por lo que buscaron refugio en los ídolos (Jer 2,1-19), y en la fingida piedad del templo (Jer 7,1-15). El rey Joaquín, sucesor de Josías, fue un déspota y amó el lujo desmedido (Jer 22,13-19). Jeremías denunció su pecado (Jer 22,1-19) y también delató la hipocresía del Templo (Jer 25,1-4). El profeta también intuyó el periodo de esplendor de los babilonios y conminó a Joaquín para que no entablara combate con la gran potencia, pues solo evitando la guerra podría subsistir Judá.