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Después de esta pequeña introducción, vamos ahora a regresar a Juan el Bautista. El ángel que anunció el nacimiento a su padre, dijo sobre él: “porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” Y Jesús dijo después: “Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti. De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él.” Entre aquellos nacidos de mujer, ninguno ha sido más grande que él. Juan tenía un llamado para su vida. Él iba a ser el precursor del Señor Jesucristo. “para preparar el camino delante del Señor”. Tenía una misión que cumplir, y estaba ordenado a ella aún antes de que naciera. Y eso no solo es verdad para él. Como la Escritura dice, hemos sido predestinados por Dios (Romanos 8:29), y cada uno de nosotros ha sido puesto por Él en el cuerpo de Cristo con cierta función (1 de Corintios 12:8). Como la función de Juan era ser el precursor de Cristo y esa función estaba definida por Dios, del mismo modo nosotros tenemos una función en el cuerpo, un llamado, que Dios ha definido especialmente para cada uno de nosotros. De seguro, no estamos en esta tierra por accidente. Sino que somos bien conocidos, tal vez no solo por los hombres sino ciertamente por Dios nuestro Padre.