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En el cristianismo, las procesiones forman la parte más importante del culto exterior. Es difícil hacer una historia de las procesiones cristianas, aunque cabe pensar que en los primeros tiempos de persecución serían muy extrañas, y sólo en el interior de los lugares de culto. Existe constancia histórica de algunas procesiones en la Edad Media. En los siglos XIV y XV, la aparición y difusión de la órdenes mendicantes supuso un cambio en la vivencia religiosa de los fieles, pues estas órdenes pretendían un acercamiento de lo sagrado al pueblo, y el adoctrinamiento y enseñanza de éste en los misterios de la fe. De ahí que las imágenes religiosas se multiplicaran a partir de entonces, y surgieran representaciones teatrales de carácter religioso, con elaborados textos (los autos sacramentales). Un precedente de esto pudo ser el pesebre viviente que organizó san Francisco de Asís en la localidad italiana de Greccio. En este tipo de representaciones se mezcla lo profano con lo sagrado, y las imágenes sagradas salen al exterior de los templos. Se puede sospechar con fundamento que la procesión cristiana recoge la tradición de los desfiles militares, tan habituales en la Antigüedad, bajo un barniz piadoso. Pero, sin duda alguna, es a raíz del Concilio de Trento cuando las procesiones adquieren una enorme importancia, cuando la Iglesia Católica ve en este tipo de actos un poderoso instrumento de evangelización y persuasión, en un marco donde el impacto visual de la imagen era más efectivo que la lectura de relatos bíblicos, que por otra parte era limitada debido a las altas cotas de analfabetismo y a que estaba prohibido traducir los textos sagrados del latín. Wikipedia