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El hinduismo enseña que el hombre pasa por una serie de renacimientos o reencarnaciones, para lo cual necesita tener un alma que siga viviendo después de la muerte. El Bhagavad Gītā, el libro sagrado del hinduismo, dice: “Aquello que se difunde por todo el cuerpo es indestructible. Nadie puede destruir a esa alma imperecedera”. A diferencia del hinduismo, el budismo no acepta la doctrina de la inmortalidad del alma. Con todo, hoy muchos budistas del Lejano Oriente creen en la transmigración de un alma inmortal. Por otro lado, los pueblos primitivos del Japón concibieron numerosos dioses de la naturaleza, y los reverenciaron. Además de esta reverencia, el temor a las almas de los difuntos dio origen a ritos con que se procuraba apaciguarlas. De esto con el tiempo se desarrolló la adoración de los espíritus ancestrales, que dio forma a la religión sintoísta. Según el sintoísmo, un alma “que ha partido” todavía tiene su personalidad y se mancha con la contaminación de la muerte inmediatamente después de morir. Así descubrimos que el creer en un alma inmortal es elemento básico de todas las religiones asiáticas que acondiciona las actitudes y acciones de los creyentes. Por eso, pregúntese: "¿Puede una religión que afirma ser cristiana, poseer la verdad si enseña doctrinas como las de la inmortalidad, que también es defendida por religiones orientales?".